“¡ACCIÓN...!
Si un lema debemos grabar en nuestra roja bandera de rebelión; si una
exclamación de rabia y de instigación debemos bramar a través de todos los
espacios; si una frase debemos percutir sonoramente sobre el yunque de la más
fiera realidad, esa debe ser únicamente, en este momento sombrío:
¡Acción...!
Y estamos en buena hora.
La marea alta de la reacción internacional no hace otra cosa que subir
vertiginosamente. Amenaza con arrollar irremisiblemente todas nuestras
defensas.
Ella, la reacción negra y sanguinaria, cínica y homicida, sádica y
obscena, se ha encaminado a gran carrera con las perspectivas de nuestras metas
para aterrar, aniquilar, incendiar, matar todo brote de resurrección.
Alrededor nuestro no hay otra cosa que brillar de bayonetas, fogonazos
y detonaciones de fusiles, cárceles abiertas de par en par para recibirnos y
enterrarnos vivos, patíbulos levantados para estrangularnos, el terror
diseminado por todos lados, matanzas cometidas hasta en el rincón más remoto,
violaciones al derecho humano escupidas en la cara de todos, en fin, la
destrucción más terrible nos circunda y nos va oprimiendo.
Estas líneas no son producto de una perturbación o borrachera. No
representan una alteración de los acontecimientos; no, solamente representan lo
que estamos constatando desde hace un tiempo y que no tendrá fin sino cuando
nos lancemos de cabeza contra todas las murallas del despotismo.
Agitar el espíritu humano, rebelarse en esta hora oscura, vengar a los
caídos bajo el peso de la barbarie y de la prepotencia burguesa, deben ser los
deberes constantes de cada revolucionario, hoy, mañana, siempre.
¡Tenemos en nuestro poder mil armas mucho más potentes que
aquellas adoptadas por el espíritu estatal; armas que nos pone en las manos la
química y la inteligencia individual; sólo debemos premunirnos de la más sutil
circunspección, de toda la suma de precauciones, desconfiar aún de nuestra
madre antes y después de haber obrado.
Podemos —si queremos— triturar la prepotencia de ellos bajo la
poderosa maza de nuestra santa ira, aplastarla y arrollarla con el alud de nuestra
rebelión.
¡Todo es bueno hoy en día!
Martillemos furiosamente todas las paredes de la opresión. Grabemos
con nuestras armas vindicadoras el grito de ¡Acción! en todas las murallas de la
defensa estatal.
Formemos y entretejamos en nuestra sangre y en nuestras fibras la
nueva conciencia rebelde que deberá hacer resurgir nuestra vilipendiada y
estúpida dignidad.
Elevemos con todas las fuerzas de nuestros seres la llama de la fe, la luz
del ideal, la virtud revolucionaria que han sido siempre las mejores esperanzas
de nuestro movimiento.
¡Y a accionar...!
¡Para vindicar a todos los caídos, para liberar a los amenazados por la
rabia de todas las reacciones...!
Tengamos siempre presente que los caídos, los mártires, los héroes, la
idea, sólo se honran con esta palabra: ¡ACCIÓN...!"
Si un lema debemos grabar en nuestra roja bandera de rebelión; si una
exclamación de rabia y de instigación debemos bramar a través de todos los
espacios; si una frase debemos percutir sonoramente sobre el yunque de la más
fiera realidad, esa debe ser únicamente, en este momento sombrío:
¡Acción...!
Y estamos en buena hora.
La marea alta de la reacción internacional no hace otra cosa que subir
vertiginosamente. Amenaza con arrollar irremisiblemente todas nuestras
defensas.
Ella, la reacción negra y sanguinaria, cínica y homicida, sádica y
obscena, se ha encaminado a gran carrera con las perspectivas de nuestras metas
para aterrar, aniquilar, incendiar, matar todo brote de resurrección.
Alrededor nuestro no hay otra cosa que brillar de bayonetas, fogonazos
y detonaciones de fusiles, cárceles abiertas de par en par para recibirnos y
enterrarnos vivos, patíbulos levantados para estrangularnos, el terror
diseminado por todos lados, matanzas cometidas hasta en el rincón más remoto,
violaciones al derecho humano escupidas en la cara de todos, en fin, la
destrucción más terrible nos circunda y nos va oprimiendo.
Estas líneas no son producto de una perturbación o borrachera. No
representan una alteración de los acontecimientos; no, solamente representan lo
que estamos constatando desde hace un tiempo y que no tendrá fin sino cuando
nos lancemos de cabeza contra todas las murallas del despotismo.
Agitar el espíritu humano, rebelarse en esta hora oscura, vengar a los
caídos bajo el peso de la barbarie y de la prepotencia burguesa, deben ser los
deberes constantes de cada revolucionario, hoy, mañana, siempre.
¡Tenemos en nuestro poder mil armas mucho más potentes que
aquellas adoptadas por el espíritu estatal; armas que nos pone en las manos la
química y la inteligencia individual; sólo debemos premunirnos de la más sutil
circunspección, de toda la suma de precauciones, desconfiar aún de nuestra
madre antes y después de haber obrado.
Podemos —si queremos— triturar la prepotencia de ellos bajo la
poderosa maza de nuestra santa ira, aplastarla y arrollarla con el alud de nuestra
rebelión.
¡Todo es bueno hoy en día!
Martillemos furiosamente todas las paredes de la opresión. Grabemos
con nuestras armas vindicadoras el grito de ¡Acción! en todas las murallas de la
defensa estatal.
Formemos y entretejamos en nuestra sangre y en nuestras fibras la
nueva conciencia rebelde que deberá hacer resurgir nuestra vilipendiada y
estúpida dignidad.
Elevemos con todas las fuerzas de nuestros seres la llama de la fe, la luz
del ideal, la virtud revolucionaria que han sido siempre las mejores esperanzas
de nuestro movimiento.
¡Y a accionar...!
¡Para vindicar a todos los caídos, para liberar a los amenazados por la
rabia de todas las reacciones...!
Tengamos siempre presente que los caídos, los mártires, los héroes, la
idea, sólo se honran con esta palabra: ¡ACCIÓN...!"
Mario Vando (Severino Di Giovanni)
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